lunes, 10 de mayo de 2010

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Apenas para empezar por algún sitio

EL PAIS › OPINION
Desarrollismo y moral popular



Por Horacio González *

Una palabra, desarrollismo, cierta vez se impuso. Quedó. Significaba o quería significar un fuerte cambio conceptual en la apreciación de los fenómenos políticos argentinos. Una mutación brusca del sujeto. No es que antes no hubiera una mística sobre las obras públicas, la energía, las fuerzas productivas y los cimientos materiales de la sociedad, como explicación de sus formas culturales y jurídicas. Pero fue con Frondizi que todos estos elementos quedaron consagrados en una suerte de doctrina, en un rango de sortilegio suscitado por la propia palabra: desarrollismo. Perón pudo haber sido un desarrollista. Pero todo su verbo partía de una suerte de conmoción moral, una promesa educacionista y fuertes imágenes, como la del rescate, la caída, el exilio o la conducción (esto es, las cuñas del caos en el orden). Había un lado de Frondizi contenido en Perón, pero casi nada de Perón en Frondizi. A su vez, un escrito tan extraño, a medio camino entre el manual de ingeniería y un sumario marxismo de leyes –Petróleo y política, firmado por Frondizi en 1954–, no podría nunca haberlo escrito Perón, poseedor de una mirada de cronista plutarquiano y sentencioso, amante de panoramas mentales orgánicos, leyendas laicas sobre la soledad del mando y adagios afirmados a veces con aire de chacota, a veces con tonos deliberadamente caricaturescos.

El desarrollismo, que interesó a hombres como Scalabrini Ortiz y Jauretche, venía a suplir las vetas que para Perón se expresaban en consignas sobre el hombre político clásico, con sus tan mentadas etapas, las “preparatorias”, las “ideológicas”, las “institucionales”, las de la “actualización doctrinaria”. Formaban parte de otra clase de desarrollo, el del ser colectivo integrado a guías estatales, productivas, no superiores a las asignaciones morales. El desencuentro entre el peronismo y el desarrollismo no fue aún muy estudiado, en lo que tiene de axiomático y trágico. Las dos corrientes tenían amplias semejanzas, que de entrada no podían ni debían cuajar en nada. Desde luego, Perón llegó a afirmar que, aun teniendo fuerzas militares superiores en el ’55, abandonaba el poder ante el peligro que corrían las destilerías de La Plata y Mar del Plata, amenazadas por los buques de la Marina. Luego, en Panamá escribió artículos donde defendía las inversiones petrolíferas de las compañías norteamericanas, las que en aquel mismo año habían sido criticadas por buena parte de su propio movimiento y por un amplio conjunto de fuerzas políticas. Estos argumentos de “destilería e infraestructura” les serían caros a Frondizi y ya los había empleado Haya de la Torre en Perú: sin capitales extranjeros no había horizonte técnico, maquinístico y financiero disponible para una escala mayor de producción nacional. Pero, como es sabido, el peronismo era otra cosa. Su lenguaje no era economicista sino de resarcimiento, júbilo y nostalgia activa. Eran las notas de un sujeto colectivo que emanaba de antiguos refraneros intransigentes, de la parábola de los días maravillosos, de los encuentros predestinados, pero también de los credos sociales modernos. Con todo ese conjunto retomaba programas de justicia redistributiva, amparados en un Estado con toques de nacionalismo social y de desagravio a los desheredados. Folletín popular y programática económica estatista iban de la mano. La política económica parecía ser una forma interna de la moral popular, de su apología y vindicta.

Hoy, ciertos discursos de la Presidenta cargan el espíritu del desarrollismo, quizá como una manera de proponer que pesaría menos la tan obvia perennidad del peronismo –en verdad, debe haber pocos estilos más perdurables en el mundo político latinoamericano– que el fracaso del desarrollismo. Es cierto que el desarrollismo fue una doctrina transnacional, con vagas reminiscencias kautskianas, producido en un momento histórico en que aún no se hablaban las novelescas jergas de la globalización, de la revolución en las comunicaciones, de la quimérica sociedad del conocimiento y del legendario riesgo país. Por lo que no dejaba de contener evocaciones de un industrialismo nacionalista, todo lo débil o mendaz que se quiera, pero que palpitaba en las primeras apelaciones de Frondizi a la “cuestión nacional popular”, muy pronto matizadas por sus églogas “occidentales y cristianas”, que poco le sirvieron para congraciarse con la maraña golpista que lo acechaba. Cuando Cristina Fernández traza el cuadro del actual conflicto de clases –en este caso efectuado a la manera moral de la vieja contraposición entre ricos y pobres–, suele mencionar los “piquetes de la abundancia” y, más recientemente, la paradoja de que los ricos piden pagar menos impuestos y están “preocupados por su renta”, mientras que los pobres están preocupados “por más cloacas y pavimento”. Se podrían señalar otras tantas intervenciones de la Presidenta en este mismo sentido, lo que me sugiere que retoma la veta desarrollista de la promoción de los sectores populares por la vía del consumo colectivo, el progreso en las condiciones de vida y el abandono de situaciones de penuria extrema en dirección a las lógicas del mercado interno y la urbanización ciudadana.

Al mismo tiempo, en la idea de que en las obras públicas reside un caso eminente de “distribución de la renta” –afirmación también presidencial– hay un eco básico del desarrollismo, que a veces pudo ser llamado “keynesianismo” pero corresponde, en verdad, a un tipo de promoción social por la vía del financiamiento estatal del empleo, en una obvia y clásica cadena multiplicadora que han tratado todas las doctrinas económicas. Ahora falta la ansiedad que en esta misma cuestión motivaba que el frondizismo pronunciase expresiones como “industria pesada”, área en la que siempre dirigía su sagitario hacia el capital extranjero. Hoy, el incierto panorama económico internacional y los aprestos de restauración conservadora que se perciben en la Argentina introducen premura e improvisación en el lenguaje en que se realiza la lucha política. Pero es posible identificar en el Gobierno una estela neodesarrollista, evidente en la creación del Ministerio de Ciencia, en los reiterados axiomas tecnoproductivistas o en el álgido diccionario oficial para encarar réplicas e ironías hacia los neoembutidos provenientes de derechas viscerales y remozadas.

Son diseños de una rápida lengua de combate, más allá de evidencias realizativas que no pueden negarse. Tienen urgencia, improvisación, señales de haber sido bocetadas en impromtus. No se le pueden dejar de hacer algunas observaciones y apostillas. El Gobierno se ha destacado en políticas de restitución espiritual colectiva, lo que no puede ser apenas una política del Estado –aunque desde luego éste actúe en posición de garante–, sino una interpretación del tejido último del ser de la historia, sin el cual y más allá del cual no hay vida en común. No es una proposición económica, sino que atiende a lo que las viejas filosofías llamaron “las fuerzas morales”, o, de otra manera, la eticidad como forma irreversible de la sociedad. En otros temas –energía, minería, tecnologías, etc.– su aspecto desarrollista lo lleva a definir el conflicto actual con trazos pragmáticos que muchas veces pueden calificarse como limitantes. Es justo que se reclamen cloacas y, junto a ello, todos entendemos que no yace ahí una definición del pueblo como sujeto social, sino apenas una de las dimensiones de dignidad que es preciso atender.

A mi juicio, sería necesario que se mencionen estas obras –ya que se señala la expectativa de mejora vital de los sectores rezagados de la población– no desde la matriz desarrollista de la satisfacción de necesidades fácticas, sino desde algo superador que también la contiene. Se trata de la tradición emancipatoria, de la autovalorización de la aptitud popular y su potestad histórica. La imposibilidad de separar emancipación de facticidad es lo que define el resurgimiento de una subjetividad capaz de realizaciones en común. El conflicto social que vivimos no es entre lo “abstracto” del reclamo de los ricos y lo “concreto” del reclamo de los pobres, sino por redefinir la autoconciencia popular y sus facultades autónomas, a las que es preciso dirigirse con la lengua de las generosas aventuras colectivas. Es un conflicto que debe ser historizado, hablado con el lenguaje de las grandes jornadas de cambio social. Pero las evidencias de este estilo no emergen fácilmente, lo que permite la hegemonía visible de una construcción elitista encubierta en la demanda social de nuevos públicos sociales surgidos de una magna operación derechizadora.

Nos referimos al ataque restauracionista en curso, que señala que hay una “dignidad republicana” contra el “sangüiche de milanesa” del clientelismo. O que existen “soluciones concretas” (Macri) y “que reina la inseguridad” (De Narváez) para contraponer a lo que se consideran las “máscaras de gobierno”, sean los derechos humanos, sea la “invención de un pasado”, etc. En el primer caso, los restauradores se hacen cargo del ítem moral (Carrió, Morales, Cobos, Juez), en el segundo caso del ítem de lo fáctico (Solá, Reutemann, Macri). Por un lado son espiritualistas, por otro lado son concretistas, teluristas, securitistas, empiristas, etc. Se complementan. Fusionan por derecha la materia y el espíritu. Son empresarios, estancieros, dueños de compañías televisivas y afortunados advenedizos que, en una rara paradoja de la historia, quieren englutir a un movimiento popular del que, como bien saben, sólo quedan emblemas maquinales y desactivación simbólica. Tienen ellos un lenguaje o dicen tenerlo. Son ellos los enmascarados y acusan a los demás de poseer las máscaras. Los hados de la restauración conservadora parecen favorecerlos. En verdad, para ellos, lo crasamente material es lo moral y viceversa.

Ahora bien, ¿cómo responder a estos borradores del reaccionarismo calificado, alentado por una notabilísima maraña que proviene de un mester de clerecía comunicacional, que extrae su jerga del set y de la sacristía, de la industria del escándalo y de la admonición a los “gobernantes descastados”? Parece llegado el momento de retomar las grandes consignas que poseyó la Argentina en sus fuerzas populares, y del modo político más alto. Ya no es posible referirse a la autonomía del pueblo argentino como apelación a una cantidad fija de simbolismos depositada en algún banco de insignias –eso no existe–, sino como la reconstrucción objetiva y subjetiva de un novedoso vitalismo movilizador. No está de más evocar la historia anterior a los años ’60, la del desarrollismo. Pero es preciso superar el cientificismo y el economicismo, que pueden demorar necesarios replanteos y dar lugar a críticas justas sobre el actual trato con diversas modalidades productivas. Es que habrá mejor ciencia y una economía más justa a través de la redefinición de lo que, para el hombre colectivo, significa saber que su mundo de necesidades es también histórico y que está ahora en peligro. El mundo de ese lenguaje, hasta ahora vacilante, debe ser con urgencia erguido. Es lenguaje de gesta, de entusiasmo y crítica. ¿Reconstruirlo no es también darle otros nombres?

* Sociólogo, profesor de la UBA, director de la Biblioteca Nacional.


Permalink:
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-120484-2009-02-25.html




LA CONCEPCIÓN DE LAS POLÍTICAS DESARROLLISTAS
INTRODUCCIÓN

La naturaleza misma y razón de ser de la sociedad conlleva la interrelación de todos sus elementos; por ello todo cambio social implica una sucesión de nuevos cambios. Así, si el mero cambio ideológico acarreará otros, con mayor razón en el caso de este factor, ya que la ideología nace siempre con vocación de influir en la sociedad y en las gentes. Esto queda perfectamente recogido en su definición: un sistema de ideas y de juicios, explícito y generalmente organizado, destinado a describir, explicar, interpretar o justificar la situación de un grupo o de una colectividad, y que, inspirándose ampliamente en unos valores, propone una orientación precisa a la acción histórica de ese grupo o de esa colectividad [1]. Se trata, en definitiva, en un poderoso factor de cambio, pero que cobrará una mayor relevancia en el caso de las jóvenes naciones resultantes de la descolonización, en su pugna por salir del prolongado letargo de subdesarrollo.

En este caso, la noción del desarrollo del subdesarrollo -que está estrechamente ligada a la visión del mundo y es proclive a ser instrumentalizada según intereses propios- supondrá según la variación de su percepción por el etnocéntrico mundo occidental o por las elites locales occidentalizadas, la aplicación de unas u otras vitales políticas desarrollistas. Al fin y al cabo, son los hombres quienes forjan la historia de las sociedades. Y puesto que estos agentes de cambio (elites, grupos de presión, partidos, movimientos sociales, ... ) expresan y manipulan las ideas, definirán por tanto las pautas de la transición al capitalismo avanzado de las excolonias desde la década de los 50. Hay que precisar igualmente, que la ideología no es por sí misma un factor único de cambio, ya que éstas expresan las aspiraciones particulares, los temores o las ambiciones de una colectividad, las luchas de un grupo o de varios grupos concretos en un período histórico específico. Así, en lo que a la noción del desarrollo se refiere, la confluencia de intereses cristalizará en la predominancia de una u otra ideología, y muy diversas medidas políticas con las que acelerar la sucesión de etapas en la transición lineal de la sociedad tradicional a la sociedad capitalista moderna, tras la emancipación de las colonias.

Desde que dio comienzo el proceso de descolonización, la visión del desarrollo ha estado estrechamente ligado a la misma definición del cambio social. De ahí que sus autores más representativos, sean precisamente los canalizadores de las dos grandes concepciones tratadas en este trabajo. Los dos grandes referentes serán Marx y Weber, tanto en su formulación original, como, y muy especialmente, en la forma en que desde diferentes posiciones han sido habitualmente interpretados [2]. Con ellos se sustentarán dos visiones encontradas, que pugnarán por imponerse a lo largo de la segunda mitad del siglo XX.

Por un lado irá la teoría de la dependencia, que abogará por reformar la estructura económica internacional, tan injusta para el llamado Tercer Mundo. Estando, por tanto, condicionados los procesos de cambio social por el desarrollo económico, cuya solución variará entre una actitud reformista, de cierta inspiración keynesiana y la radical, neomarxista, que impulsará cambios drásticos por la vía revolucionaria.

Todo cambio se debería de emprender con miras a cambiar la infraestructura económica, ya que es el hombre real el verdadero protagonista de la historia. Lo que diferencia al hombre del animal no es únicamente su capacidad cognitiva, sino su capacidad para transformar la naturaleza. En este sentido, el cambio de estructura se debe de realizar desde la praxis, con el fin de conseguir el cambio ideológico y poder legitimar la nueva sociedad futura, es decir, dar supremacía a la sociedad sobre el estado e invertir la ideología dominante que sitúa al estado como centro de las relaciones sociales: las condiciones históricas y materiales son los que verdaderamente condicionan y preceden a los valores sociales y su continua modificación.

Y por otra parte, la teoría de la modernidad, la otra gran construcción ideológica que estará impregnada de un cierto etnocentrismo cultural, ya que intentará reproducir el modelo occidental de sociedad. Su legitimación la obtendrá de la interpretación más extendida y convencional de Weber, que sugiere la relación significativa entre la existencia de unos determinados valores y el surgimiento de unas determinadas formas de desarrollo económico.
Así, el problema del subdesarrollo habría de entenderse como un resultado del atraso en el proceso de modernización, o lo que es igual, de la superación de las sociedades primitivas para pasar a las sociedades modernas/desarrolladas, sería por tanto necesario prescindir de los valores sociales reticentes a la modernización, adoptando aquellos que promuevan el desarrollo y abandonar o transformar las instituciones tradicionales, adoptando un marco jurídico político que facilite el surgimiento y consolidación de la meta.

Se trata en definitiva de una dicotomicidad de soluciones para un conjunto de países llamado "en vías de desarrollo", cuya trayectoria era múltiple y diversificadas, pero tienen el nexo común de que todos ellos se transformaban profundamente y a un ritmo rápido e incluso brutal.


APLICACIÓN DE AMBAS TEORÍAS

Una recapitulación sumaria de ambos mundos simbólicos sería, que según la interpretación más común de Marx, todos los procesos de cambio social están en gran medida condicionados por el desarrollo económico. Es decir, que son las condiciones históricas y materiales precisas, las que condicionan y anteceden a los valores sociales (superestructura) y su constante modificación. Los valores e instituciones sociales, sean religiosos, morales, jurídicos o políticos, condicionados por la actividad y los intercambios económicos, carecerían de existencia independiente. Y en lo que a Weber se refiere, la interpretación más extendida y convencional, sugiere la significativa relación entre la existencia de unos determinados valores sociales y el surgimiento de determinadas formas de desarrollo económico. En este caso, se establece una relación directa entre ciertos valores sociales imperantes en las sociedades occidentales y la racionalidad precisa para el surgimiento del desarrollo capitalista.

Estas interpretaciones, adaptadas a nuestro tiempo, e interpretadas en relación al ámbito del desarrollo del subdesarrollo, se constituyeron para diversos sectores, en el baluarte de sus principios:

A partir de los anos 50, en el contexto del mundo anglosajón, y posteriormente con fuerte consolidación internacional, surgió la primera gran corriente teórica del pensamiento del subdesarrollo: las teorías de la modernización.

Enfatizando los aspectos sociológicos, sobre los económicos e históricos, esta corriente ideológica sostendrá que el problema de subdesarrollo que conoce el llamado Tercer Mundo ha de entenderse como un problema consustancial a todas las sociedades, de atraso en el proceso de modernización, debiendo superar paulatinamente diversas etapas, de las sociedades primitivas a las modernas. Así, se afirmaba que la persistencia de valores socioculturales de carácter tradicional dificultaba de manera crucial ese proceso. En consecuencia se hacía necesario abandonar aquellos valores sociales reticentes y adoptar otros más racionalizadores.

A partir de esta interpretación convencional de Weber, se intenta acelerar el proceso a través de programas educativos y la difusión de información a través de los medios de comunicación de masas. Lo que en definitiva no era sino crear una aculturación y un tipo de sociedad referencial-ideal. Igualmente se crearon infraestructuras industriales y de transportes, y se favoreció el proceso de urbanización.

Otra característica de esta noción del desarrollo será la proliferación y creciente influencia en todos los aspectos sociales, de las sectas y confesiones de tipo protestante; en su mayoría provenientes de los Estados Unidos. A su vez, el Opus Dei (en América Latina), la variante católica de apostolado en la vida ordinaria y en el trabajo profesional en el sentido de la racionalidad protestante, gozará de una fuerte capacidad de congregación, reuniendo un gran número de prosélitos. Y es que no hay que olvidar la histórica importancia de los grupos religiosos en "tierra de misiones". Un último aspecto que Weber consideraba útil como instrumento para canalizar el cambio, es el surgimiento del líder carismático, y en este caso, se daría en forma de caudillismo y asonadas militares, que se sucedieron de manera generalizada como salvapatrias. Los cuales imponían unas pautas sociales determinadas, y por lo general orbitaban alrededor del ámbito de influencia estadounidense.

Además de la transformación de las instituciones tradicionales, se procuró el establecimiento de marcos jurídicos y políticos, que como los occidentales, facilitaran el surgimiento y consolidación de los valores e iniciativas modernizantes.

Ésta fue la opinión imperante durante los años cincuenta y sesenta, y si bien ya hubo desde un comienzo algunos detractores no fue hasta los setenta, cuando la teoría de la dependencia comenzó a tomar fuerza. Y es que, el carácter etnocéntrico y occidentalista de las teorías de la modernización, pero especialmente el que fueran susceptibles a la utilización política interesada le creó fuertes detractores. Igualmente criticaban su insistencia en los aspectos psicosociológicos en los procesos de cambio social, ya que los críticos veían en ello un propósito deliberado de oscurecer la importancia de los aspectos económicos y las responsabilidades históricas precisas en la situación de las sociedades del Tercer Mundo. Para ellos, el desarrollo y el subdesarrollo no son etapas del proceso de la transición hacia la modernidad, si no que son productos simultáneos del proceso de expansión capitalista a escala mundial; se trataría por tanto de una relación histórica que cristalizaría en un centro y una periferia del sistema.

Su enfoque insistía en la necesidad de cortar o reducir los vínculos con el mercado mundial, como condición para enfrentar el subdesarrollo. El mayor grado de autonomía para decidir la estrategia de desarrollo económico debería complementarse con la colaboración con otras economías del Tercer Mundo. Así en el ámbito internacional, se lucharía por detener la caída de los productos básicos, por mitigar el proteccionismo de los países industrializados, reivindicar la soberanía (nacionalizar) sobre la explotación de los recursos naturales, mantener dentro de control la actuación de las corporaciones multinacionales, y fortalecer las iniciativas de cooperación regional.

Ya en un ámbito interno, especialmente en Sudamérica, los gobiernos intentaron aplicar las propuestas reformistas de sustitución de importaciones por la promoción de la industria nacional, así como promoviendo políticas de redistribución de la riqueza interna, para lograr la consolidación de un mercado interno. Los más radicales consideraban que sólo se podría acabar con esta situación, mediante un cambio drástico, producto de la revolución. De ahí que durante todo el periodo se sucedieran movimientos revolucionarios, respondidos por levantamientos de militares (y por las clases privilegiadas locales, de formación occidental).

Acorde con estos postulados, surgen con fuerza, no sólo sentimientos revolucionarios con un sesgo nacionalista (en muchos casos habría que hablar de movimientos revolucionarios nacionalista), sino que también cobrarán fuerza el naciente movimiento indianista, como rechazo a una alienación, y clamando por una Renaixença lingüística y cultural, y en defensa de las tradiciones indígenas. Opuesto al indigenismo integrador, su principal función es apoyar a los pueblos indios en su lucha contra la situación colonial en que se encuentran, e igualmente reivindican el rechazo de la integración en los modelos hegemónicos del capitalismo desarrollista, la lucha por la tierra, la defensa de un desarrollo de tipo comunitario y el derecho a la autodeterminación, la autonomía y la autogestión.

Incluso desde algunos sectores de la Iglesia (no hay que olvidar la importancia de las religiones como instituciones socializadoras, productoras de la esfera simbólica, cohesionantes de la sociedad, etc.), se llevará acabo un cambio del discurso, dando lugar a la llamada "teología de la liberación" [3], si bien no gozará de excesivo respaldo en la curia.

Pero pese a las muy diversas teorías, y a que en los años setenta, el panorama internacional parecía favorable a los países del Tercer Mundo que pedían una reforma de la economía mundial, la evolución de la crisis económica mundial y, posteriormente, el agravamiento de la deuda externa en los países subdesarrollados hizo inviable cualquier reforma. De hecho, los decenios para el desarrollo proclamados por Naciones Unidas (1960-1970 y 1970-1980) fueron un fracaso. En América Latina, los años ochenta se consideran una década completamente perdida para el desarrollo. En la mayoría de países el producto tuvo una caída que anuló el crecimiento de más de 10 años. Si nos remitimos a estos hechos habrá que reinventarse las teorías.

VALORACIÓN DE LAS TEORÍAS

Concepciones teóricas aparte, es de sobra conocido la existencia de un profundo y progresivo abismo entre el rico Norte y el empobrecido Sur, cuyo origen es más que probable, que se encuentre en el colonialismo. Una separación que se ve acentuada por el endeudamiento y los crecientes intereses que éste genera en la economía de los países más desfavorecidos. Los datos hablan por si mismos:

Así, el 75% de la población mundial está concentrada en Asia, América Latina y África, que solamente cuentan con el 25% de la riqueza de la tierra, el 12% de la producción industrial, el 4% de la investigación científica y cifras más alarmantes aún en lo que se refiere a la calidad de vida. En cambio los países ricos, con la cuarta parte de la población del Mundo, consumen el 70% de la energía mundial, el 75% de los metales, el 85% de la madera, el 60% de los alimentos, etc. Esto quiere decir que si el crecimiento económico de los pueblos del Tercer Mundo se duplicara se necesitarían diez veces más de combustibles fósiles y unas 200 veces más de la cantidad de minerales.

Por lo tanto, todas las teorías que abogan de un modo u otro por equiparar al mundo subdesarrollado al del capitalismo avanzado, están viciadas ya en su misma base, puesto que su consecución supondría una explotación insostenible para el planeta. Estas teorías, por otra parte, carecen de la más mínima visión ecologista y del desarrollo sostenible. Pero si el autodenominado primer mundo tiene un privilegiado nivel de vida en este ecosistema cerrado, es precisamente porque hay países pobres; "nuestro consumismo les consume". Se impone, por tanto, un cambio que afecte al esquema de relaciones tanto en el compromiso personal cotidiano (del Norte), como en las estructuras económicas y políticas nacionales e internacionales.

El problema no está solo en las estructuras internacionales o en las injerencias del capitalismo avanzado occidental, ya que las clases altas y las elites occidentalizadas (capitalismo local) de las zonas subdesarrolladas también contribuyen a ello. Sólo así se puede explicar, el caso extremo de por ejemplo Brasil, que está entra las 10 primeras economías del mundo, y, sin embargo, tiene enormes bolsas de pobreza e indigencia en su interior. Indudablemente, este sería no sólo un problema de dependencia internacional, sino que la lucha de clases también quedaría implicada.

También en nuestra sociedad tenemos graves problemas y algunos de ellos cada vez se ponen peor y sin muchas esperanzas de solución. Por ello, cuando el estado de bienestar hace aguas, y las bolsas de pobreza (cuarto mundo) dentro del mundo industrializado son cada vez más amplias, el ofrecer este modelo social como ideal, no deja de ser una irresponsabilidad. Sabiendo que los recursos son escasos, plantear desde el etnocentrismo occidental que la equivocación radica en los países empobrecidos, y paternalmente intentar equiparlos a nosotros, olvidando la imperfección de nuestro modelo, es un error. Máxime cuando somos conscientes de que los mecanismos que nos llevan a esta situación de inseguridad e injusticia, son en definitiva los mismos que ahogan y oprimen a la mayoría de la población de las excolonias.

De lo afirmado en éste párrafo, y en los anteriores, se puede concluir, que tanto las teorías que restringen los problemas a deficiencias internas (tª de la modernidad), como las que los achacan a situaciones externas (tª de la dependencia), adolecen de un exceso de simplicidad.

El Tercer Mundo no es homogéneo. Si bien la mayoría de los países que lo forman están muy retrasados con respecto a las sociedades occidentales e incluso las de Europa del Este, algunos se han embarcado con un éxito relativo en un proceso de industrialización. Entre ellos se encuentran Brasil, Méjico y Hong Kong, Corea del Sur, Singapur y Taiwan (los cuatro dragones). De lo que se puede deducir, que la dinámica del desarrollo está sujeta a contingencias históricas, que es preciso estudiar en cada caso, atendiendo a la interacción de los aspectos culturales, organizativos e institucionales, con las consideraciones del tipo de poder y divergencias de intereses presentes. La universalidad tanto de la inexorable lógica economicista de Marx, así como de la lectura convencional de Weber y su determinismo de los valores, arrojan ciertas dudas. Al igual que a cada individuo de la sociedad le rodean unas circunstancias personales, a cada estado miembro de la sociedad internacional habría que considerarlo particularmente, pero siempre desde una perspectiva mucho más amplia de lo que lo solían hacerlo las teorías de la modernización.

Las soluciones drásticas, en forma de revolución, tal como las plantean las teorías de la dependencia, por circunscribirse sólo a su ámbito, fieles en su propósito de romper con las estructuras internacionales injustas, han arrojado unos resultados prácticamente nulos. Este tipo de experiencias, por lo general o fueron aplastadas, o se perpetuaron como endémica guerra de guerrillas sin objetivos claros, e incapaces de llegar al poder. En aquellos casos contados en que lo lograron, la experiencia revolucionaria se frustró por razones muy diversas, entre las que no faltaron los propio errores, y por supuesto -y muy especialmente- la hostilidad externa.

Aquellos que usan a Weber como bandera, pecan de un exacerbado etnocentrismo cultural, ya que ponen como paradigma al mundo occidental, despreciando la riqueza de la cultura e idiosincrasia autóctona. Realmente, promover la alienación y pérdida de las tradiciones más arraigadas, a cambio de lo que de hecho no será más que una burda clonación (ya que no será reproducida ni en su totalidad, ni de manera generalizada) de un modo de vida ajeno y la creación de unas necesidades superfluas, es un coste excesivamente alto. Los modos usados para intentar difundir esos modos de vida, esa racionalidad, no se limitan exclusivamente a los programas educativos y la difusión de información a través de los medios de comunicación de masas, sino que en aras de acelerar el proceso, igualmente se crearon infraestructuras industriales y de transportes, y se favoreció el proceso de urbanización. Indudablemente son muchos los que emprenden estas tareas con buena voluntad, pero también es cierto, que especialmente estas últimas medidas son susceptibles de ser utilizadas de una forma interesada. Así, la creación y mejora de determinadas vías de transporte, es en muchos caso de mayor utilidad para los intereses económicos y comerciales del país desarrollado financiador que para el receptor.

Este tipo de procedimientos muchas veces sólo es posible gracias a la corrupción de los funcionarios. Y es que, la racionalidad burocrática, que supuestamente debería ser de gran utilidad, crea una clase burocrática desconectada de la población, y que es un pesado lastre para las arcas públicas.

Parodiando a Parson, los resultados de las actuales medidas para lograr el desarrollo del subdesarrollo, más que un cambio social se limitan a un cambio de desequilibrio, puesto que no afectan a la estructura de la organización social, y contribuyen más bien a restablecer incesantemente el desequilibrio del sistema. Se trata en definitiva, de un problema de difícil solución, pero que indudablemente requiere un cambio de la mentalidad etnocentrista occidental, ya que con excesiva facilidad olvidamos cierta frase dicha en una época y contexto diferente, pero que es perfectamente aplicable:

-"¿Qué es el tercero?"

-"Todo."

P. J. Sieyès

fuente:
http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/ortega.html 





Cada lugar tiene características que permiten o impiden ser o no popular, mira tus filas antes de hablar al pedo si sos argentino y haces política, mirá a quienes representas y quienes te representan. 

La última de la Sip
por Diego Otondo

Vieja defensora de los regímenes dictatoriales latinoamericanos, la SIP, se reunió en Aruba para defender la “libertad de expresión”. Traducido al criollo, quieren decir libertad de empresa, estado pasivo, monopolio informativo y concentración económica. En pocas palabras, la defensa del “fin de la historia”, de la historia sin rivales para que la dictadura mediática pueda actuar como le plazca dentro de un contexto neoliberal. “Creo que ha desaparecido el compromiso que se pensaba existía al caer el Muro de Berlín de respetar el derecho de las personas a poder opinar y expresarse sin temor a represalias de los gobiernos”, expresó el presidente de la SIP Alejandro Aguirre.”La libertad de expresión ha retrocedido en los últimos años porque gobiernos como el de Cuba se han mantenido en el status quo y gobiernos que fueron sido elegidos democráticamente están tomando el rumbo que tradicionalmente asumían los regímenes dictatoriales”, agregó Aguirre en la reunión que aglutinó a 250 editores privados en Aruba.
El documento dedicado a la situación de la “prensa independiente” en la Argentina emitido en Aruba, hace hincapié en que la agenda informativa es manejada a discreción por el Gobierno Nacional y “no por investigaciones periodísticas”. Cita como ejemplos el “decreto del de las retenciones agrícolas en el 2008 o la polémica ley de medios en el 2009” y también el “decreto de Necesidad y Urgencia que destinó el uso de reservas del Banco Central para el pago de la deuda, disparando un foco de fricción entre los otros dos poderes del Estado y los medios”.
Para la SIP, la Argentina transita el camino del autoritarismo a través del "discurso homogéneo gubernamental" que se intenta imponer.
En este sentido, en la reunión llevada a cabo en Buenos Aires en noviembre de 2009, el escritor Marcos Aguinis puntualizó que “hoy América Latina está dividida en paises donde predomina la democracia y la libertad de expresión y otros donde priman, en cambio, el autoritarismo y la censura”. Y agregó que “necesitan mantener la gente desinformada y apoderarse de los medios independientes para, desde ese lugar, manipular a la opinión pública”.

continuará... 

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